Publicado el

El tiempo, el tren que siempre pasa

Una reseña sobre De la nada en adelante, de Pedro Díaz

Por Esperanza Párraga

He vuelto al pueblo después de meses de ciudad, han quitado el tren que circulaba y ahora, es difícil volver a los orígenes… por carretera los cielos son azules, pero no es lo mismo, el tiempo transcurre más dulcemente por los raíles metálicos, y las ventanillas dejan más realidad a la intemperie. Llevo el libro de Pedro entre las manos para sumergirme en sus versos como consuelo y quietud.           

El libro tiene belleza en sí mismo, una imagen cuidada que invita, el sol y el frio, juntos y reconciliables gracias a la poesía que ya se funde con la nieve del paisaje de la cubierta:

 “Tengo la memoria atada con unas cintas

y los pensamientos perdidos por campos de Baudelaire”…

Así me atrapa, con la sencillez y la claridad de esa luz.

Comienza su primera parte con el dibujo de un túnel, entro, el primer poema: “LA MIRADA IMPERFECTA” lleva una cita de Antonio Gamoneda: “Cada distancia tiene su silencio”, “Cada distancia tiene su silencio” repito como el eco aquel del túnel bajo la vieja vía de tren en mi pueblo de Toledo (también de Toledo, Sevilleja de la Jara, el pueblo natal del autor).

En la lectura no puedo evitar marcar poemas y versos, así, del poema “RETORNO”: 

“un caballo es blanco hasta donde se sabe

porque ya se sabe

que el color no es lo que parece

el tiempo no es lo que parece

nacer tampoco

la perfección no existe

la muerte tiene mucho de qué callar

y el mundo cabe

en una caja de cerillas”             

“el mundo cabe en una caja de cerillas”, me digo mientras enciendo la vieja cocina de gas, de nuevo el eco del frio del viejo túnel, ahora en casa que antes fuera la nuestra (¿desencuentro?):

“estoy sentado a la orilla de un río

una vía sin trenes se extiende hacia la nada”

Comienza diciendo Pedro en el poema “PREMONICIÓN DEL DESENCUENTRO”

El autor, después de muchos años, tiempo al fin recorrido, se mete en el túnel, ese que ahora le permite reencontrarse con su madre…Recuerdo como, tomando café y con el afán de ayudar que siempre le ha caracterizado, Pedro me cuenta como su madre sorteaba ese túnel, dando la vuelta al espacio, para que el niño no sintiera miedo, y ahora se adentra en el silencio oscuro de la nada, sabiendo que hay después, tal y como hubo antes. Nos dice:   

“Hubiera ido antes disfrazado de hogaza o de insecto

a revisar contigo las estrellas que fueron

a pesar de mi miedo a los murciélagos

colgados de la oscuridad”   

Desde un hecho pasado introducido en su cuerpo de entonces, el poeta hace perla y nos la ofrece, humilde como canto rodado, y quizás sea:

CANTO MOJADO

Un muchacho duerme

duerme sobre un poema no escrito

la almohada es blanda como canto mojado

Deberían de inquietarle las sombras

los saltos del agua

los ángeles que se creen hombres

pero él solo trata de ahuyentar con el sueño

el frío del crepúsculo

Comienza la segunda parte apacentando “los caracoles del recuerdo” y yo siento la fría y suave baba del caracol del huerto en mi mano de niña.  

“Me siento cómodo en el surrealismo”, me dice en el café compartido, y es verdad, así lo siento al leer y releer sus poemas, sobre todo en esta parte, de “OTRAS MIRADAS” y nos lo ofrece sin pudor para que edifiquemos a nuestro antojo…alrededor del tiempo o del vacío, ¿nada? Así, al final del poema, EL PUNTO VANO, dice:

Hubiésemos echado a correr

o mudarnos de asiento como los tránsfugas si no llegan a tiempo

los recuerdos

y si la mirada se pierde por una cavidad y no regresa

entonces

hacia qué punto vano dirigir la memoria

Y nos ofrece donde asirnos, nos deje o no caer este presente:

AGARRADEROS

Que no haya presente es tan posible como el visto y no visto de la fortuna en una casa desolada o si una copa de vino, a punto de acordarse, no consigue olvidar y no recuerda la pista de volver de cualquier sitio. Ni siquiera cuando creamos o dormimos se para el tiempo; sólo aparenta ser una estatua en reflexión y tan duradera como una figura sobre un papel en blanco.

No hay de qué preocuparse porque:

“Las cigüeñas vuelven con la puntualidad del reloj vaciado de horas, y formar collares aéreos alrededor de la altura es razón de los vencejos, que para eso duermen en el aire.”

 Y tener confianza porque dice:

“No se pierde quien tiene confianza, aunque tal vez sea bueno mirar dentro de un pozo y examinarse el alma en el agua.”

Y en un estado especial, ese que describe en el poema OCTUBRE DE DOS MIL VEINTE:

“atizamos los volcanes como si fueran hogueras de san juan para llevar claridad a los túneles que muestran el lado amable al salir y al entrar y por si fuera poco los pasos hacia el día prometido también están iluminados ya sea con faroles y relámpagos o hachas encendidas de gamonita”

Sigo leyendo, ya en la tercera parte, que comienza con el paisaje dibujado también por Aitana Díaz, me acaricia el poema de presentación y me atrapa el primero de ellos: LOS OJOS DE LA CALLE, que les leo a continuación.     

Salgo al patio, de redondo cielo, y escribo: “todo espera en el aire libre de la infancia”… ¿por qué? ¿Quizás por el recuerdo de los vuelos al atardecer que me llevaron a escribir poemas entonces y que me ha evocado esta lectura? O porque quizás, ahora en el jardín (casi más hierba y amarillo de diente de león, por su descuido) leo el poema “EN EL JARDÍN”, los versos: 

“Acaso vivir sea como un sombrero de paja, agostado y enfermo, desvestido incapaz de ser y de mimetizarse con la lencería verde de los lagartos o tan solo sea como el vuelo inesperado de una golondrina que entra en el jardín”

Y en el poema final, EL FUTURO ES UNA LARGA MANO DE ESCOMBROS, está lo presentido: 

“los niños y los pájaros tienen el acreditativo de la libertad y la sorpresa de encontrarse con las manos vacías lejos de los cálculos de la supervivencia como el que oye llover y sigue andando”