Una reseña sobre Herencia, de Salvador Gómez Valdés
Por Antonio M. Figueras
“Para Luis, en primer lugar, para Marian, / para mi madre y hermanos, para todos./ En memoria de mi padre”. La dedicatoria que abre el libro de Salvador Gómez Valdés hace justicia poética al título y dibuja los contornos de una geografía sentimental, la de la familia, que va a dar sentido a esta obra. Realmente a todas las obras, incluso las de aquellos que no llegan a percibirlo con nitidez.
La poesía es una casa de citas. Las alusiones literarias o cinematográficas o pictóricas retratan a algunos autores, unas veces por su conocimiento superficial de la cultura, otras por su pedantería. Pero Salvador Gómez Valdés tiene hechuras de hombre sabio y templado y prudente. Si elige citar a Jorge Manrique: “(…) abiue el seso e despierte / contemplando (…)” es porque Herencia (La Fea Burguesía, 2022) lleva de manera explícita un homenaje al padre que ya no está, un tributo a los antepasados digno de elogio.
Recuerda Herencia a la Antología de Spoon River (1915), de Edgar Lee Masters, una de las obras más vendidas de la poesía estadounidense. Spoon River, una ciudad que no existe en los mapas, alberga un cementerio muy especial, con unos muertos que relatan sus vidas. Gómez Valdés rescata esta técnica para poner voz, de nuevo, al padre ausente, que se dirige a su familia, un hombre que se despide, que da consejos, aunque también expresa que le hubiera gustado permanecer un poco más junto a los suyos, como en el poema Mantente alerta: “Sentir más veces el frío en el cuerpo / al levantarme, abrigarme un poco, / tomar un café caliente y mojar en él / un buen trozo de torta de aceite / todavía tibia del horno, con almendras y matalauva”.
El juego de voces que utiliza el poeta transita entre los que se han ido y los que permanecen, porque también da paso a otros miembros de la familia, afortunadamente junto a él, como su madre, en Habla mamaíta Marín: “…Y ahora todos se han olvidado ya de él / y soy la única que lo echa de menos / en esta obscuridad inacabable de los días / con las horas detenidas / y sin aliciente, / que no pasan nunca / y no van a ninguna parte…”. El autor toma también la palabra para dirigirse a sus hermanos, a sí mismo, a su mujer y a su hijo.
Los versos que tienen como destinatario al descendiente se antojan una especie de Epístola moral a Fabio, obra de Andrés Fernández de Andrada (siglo XVII), pero invertida. Porque los consejos que aquí se dejan no son para corregir una actitud desenfocada. Al contrario, de lo que se trata es de apuntalar una arquitectura vital bien encaminada, una guía práctica para ser una buena persona. Asuntos como la envidia o el concepto de España transitan por las páginas, como las aficiones comunes. En Películas, historias se dice “… ¿No te resulta siempre abrazable Kate, siempre / inteligente, haga el personaje que haga…”. La actriz Kate Winslett forma parte de un catálogo de mitos personales del autor, que recorren la memoria de sus días con elegancia.
Salvador Gómez Valdés afronta como poeta la realidad que le circunda. Evita el escapismo y da testimonio de lo que ocurre. No lo hace porque sea periodista. En su caso obedece al canon artístico de los que tienen el hombre su principal fuente de inspiración. En tiempos de pandemia le vale para avisar: “…Estamos aprendiendo mientras tanto que sirve / para poco tanta prisa si luego todo se detiene…”. Y para defenderse de ese odio cerril (yo me atrevo a decir criminal) que solo pensaba en que cayera el Gobierno cuando miles de muertos por coronavirus abarrotaban los tanatorios escribe: “…Y así sigue la monótona, terrible monserga / de la España que Jorge Guillén rimó con patraña…”.
Estamos ante un poeta comedido, culto, que maneja el lenguaje con maestría, al que le gusta contar, desde dentro de su ser, sus emociones y la de los suyos, rendir homenaje a su familia y a la familia de todos, la humanidad.
Madrid, julio de 2022