Nueva heráldica

*

Desayunó un café y unas pocas galletas.

Miró la cocina, a oscuras.

Comió un plato, para todo el día.

Fumó varios cigarros.

Acarició el cabello de su mujer
tras la luz del tálamo encendido.

Imaginó el mar. Los ríos. La hiedra.
Rumió las pérdidas por el huracán.
En lo que falta;
en las semillas que no advierten
la física que une el deseo y lo real.

Se trabó desde la cueva sombría:
el puño en la rosa del pecho.
Se sintió solo,
y sin aire
y sin tierra, y sin pan.

Entonces, llegó su gato.
Con pequeñas y suaves caricias,
apoyó la pata gentilmente en el brazo:

«Esto también pasará».

Eso le dijo
aquel enviado de la eternidad.

*

Alterar el orden
es no volver a casa,
tal y como era antes.

Es cumplir años sin hijos.
Es vaciar el agua por la tubería.
Es ayer hace un día.

Es la vida sin memoria.
Un viejo insecto crece en los labios.
Solo una turba en la mente:

algo parecido a un cráter, o
a una flecha perpleja sin arco. A
una película que enmudece su propio final.

*

Las luces de la ciudad no son seguras en este invierno.

Con las primeras sombras de la mañana,
huimos a las montañas.

Sabíamos que nos buscarían, pero
aún es demasiado pronto para nuestro recién llegado.

Nacer y morir a la misma hora
con la distancia del graznar de un cuervo. Así son
las matemáticas de la reencarnación.

Esbozamos el secreto de los vivos, nos
permitimos caminar a ciegas por lugares donde
los muertos no escuchan. Ya anidó el espíritu.

Ahora nos persiguen. El nuevo
apenas llora. Le susurramos
nanas con música de ventisca.

El canto será carne. Otra vez.