Descripción
NO SOY NADIE. ¿QUIÉN ERES TÚ?
(60 poemas comentados)
Emily Dickinson
EDICIÓN BILINGÜE INGLÉS-ESPAÑOL
Edición de Jesús García Rodríguez
Madrid, mayo de 2022
Colección Poesía, nº 72
176 páginas, 17 x 23,5 cm.
Rústica con solapas
ISBN: 978-84-125342-2-1
Precio: 16 euros (IVA incluido)
* * *
EL LIBRO:
La vida de Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-ibíd. 1886) transcurrió casi en su totalidad en su ciudad natal de Nueva Inglaterra, y en sus últimos 17 años dentro de los límites de la mansión familiar de los Dickinson, donde permaneció práctica y voluntariamente recluida. Esa vida sencilla en apariencia pero en realidad enormemente compleja, volcada hacia el interior más que al exterior, a lo doméstico e íntimo más que a lo público, quedó plasmada en unos 1.800 poemas breves, publicados casi todos póstumamente, en los que despliega una forma de escribir absolutamente nueva y personalísima, de una extraordinaria modernidad. Se recogen y traducen aquí 60 de esos poemas, acompañados cada uno de ellos de un breve comentario que los sitúa en su contexto biográfico, histórico y temático, y que ayudan a comprender la obra, a veces enigmática, de esta gran poeta norteamericana.
POEMAS:
(extracto)
1. THE GENTIAN WEAVES HER FRINGES
The Gentian weaves her fringes —
The Maple’s loom is red —
My departing blossoms
Obviate parade
A brief, but patient illness —
An hour to prepare,
And one below, this morning
Is where the angels are —
It was a short procession,
The Bobolink was there —
An aged Bee addressed us —
And then we knelt in prayer —
We trust that she was willing —
We ask that we may be.
Summer — Sister — Seraph!
Let us go with thee!
In the name of the Bee —
And of the Butterfly —
And of the Breeze — Amen!
(c. 1858)
1. LA GENCIANA TEJE SUS FLECOS
La genciana teje sus flecos,
rojo es el telar del arce;
las flores mías, que se marchan,
evitan ir en procesión.
Una enfermedad breve, pero paciente:
sólo una hora para prepararse,
y uno allí abajo, esta mañana,
está donde están los ángeles.
Fue un cortejo breve:
el tordo charlatán estaba allí,
una anciana abeja dio el sermón
y luego nos arrodillamos a rezar.
Confiamos en que murió entregado;
pedimos poder estarlo también.
¡Verano! — ¡hermana! — ¡serafín!
¡Déjanos ir contigo!
En el nombre de la abeja
y de la mariposa
y de la brisa, ¡amén!
EL POEMA NOS PRESENTA el fin del verano y el comienzo del otoño: los pétalos azules de la genciana crinada (Gentianopsis crinita), de un azul muy profundo, empiezan a decaer, como flecos, y las hojas del arce a ponerse de color rojo; las flores empiezan a desaparecer. Después de una «enfermedad breve», pero paciente (es decir, que se demora), el verano fallece esa mañana («está… donde están los ángeles»), y la poeta y dos animales asisten a su cortejo fúnebre: una anciana abeja que pronuncia el sermón fúnebre y un tordo charlatán (Dolichonyx oryzivorus, bobolink) que, con su plumaje negro, como si fuera de luto, asiste al entierro, y quizá, debido a su bello canto, que tanto gustaba a Emily, aportara la música. La poeta supone que el verano murió estando preparado cristianamente para ello y entregado a la voluntad de Dios, y pide que lo mismo les suceda a los allí presentes cuando les llegue el momento. La poeta se dirige entonces al verano como una mujer, a la que llama «hermana» y «serafín», como una especie de Trinidad profana y solar; luego expresa el deseo de acompañarla. Finalmente, concluye esa advocación trinitaria y el poema con una doxología que parece una alegre y algo blasfema parodia de la fórmula cristiana «En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, amén», en la que las tres personas del Verbo son substituidas por la abeja, la mariposa y la brisa (posible reminiscencia del griego pneuma = viento y espíritu), como habitantes de su jardín, resaltando su carácter sagrado.
En muchos poemas de Dickinson aparece remarcado el carácter sagrado de los seres más sencillos de la naturaleza, pero en pocos con tanta claridad como aquí, contrapuestos con cierta divertida ironía a las severas y solemnes personas divinas de la divinidad cristiana. Los tres últimos versos componen una especie de jaculatoria profana que exalta esos seres tan modestos de su jardín, y puede percibirse su clara aversión, que le acompañó toda su vida, a la solemnidad y la gravedad de la religión oficial de sus mayores (en un determinado momento se negó a ir a la iglesia, ver poema J. 324, de hacia 1860, en el que presume de que «algunos respetan el sabbat yendo a la iglesia; / yo lo respeto quedándome en casa»). El poema da la prioridad a la compañía de los animales sobre la de los humanos: el tordo charlatán y la abeja acompañan a la poeta en el entierro del verano. El charlatán (bobolink) es uno de los pájaros preferidos de Emily: aparece mencionado en los poemas J. 81, 83, 247, 324, 668, 755, 1.279, 1.591, 1.730; en el 324 acompaña el oficio divino que la poeta realiza en su casa porque no va a la iglesia, como hemos mencionado, y le asigna la función de cantante del coro del templo. La abeja, a su vez, es otro de los animales más amados, que aparece en muchísimos de sus poemas (280 menciones en total). El fino sentido del humor —algo negro— de Dickinson se une en el poema a una clara adhesión a principios del trascendentalismo de Emerson: no son necesarias estructuras religiosas organizadas ni constructos teológicos para acceder a lo divino; la naturaleza misma es el medio, el templo y el espejo de ese Misterio.
*
2. «NATURE» IS WHAT WE SEE
«Nature» is what we see —
The Hill — the Afternoon —
Squirrel — Eclipse — the Bumble bee —
Nay — Nature is Heaven —
Nature is what we hear —
The Bobolink — the Sea —
Thunder — the Cricket —
Nay — Nature is Harmony —
Nature is what we know —
Yet have no art to say —
So impotent Our Wisdom is
To her Simplicity —
(c. 1863)
2. «LA NATURALEZA» ES LO QUE VEMOS
«La naturaleza» es lo que vemos:
la colina, el atardecer,
la ardilla, el eclipse, el abejorro.
No: la naturaleza es el cielo.
La naturaleza es lo que oímos:
el tordo charlatán, el mar,
el trueno, el grillo.
No: la naturaleza es armonía.
La naturaleza es lo que conocemos,
aunque carecemos de arte para decirlo:
tan impotente es nuestra sabiduría
frente a su simplicidad.
SE TRATA DE UNO DE LOS POEMAS-DEFINICIÓN de Dickinson, en los que juega a darnos una definición de algo que se va enredando en sucesivas definiciones cada vez más complejas. La definición inicial de naturaleza es rectificada hasta tres veces, en un diálogo que podríamos definir de mayéutico. Curiosamente, la mención inicial de la palabra «naturaleza» aparece entre comillas; podemos interpretar que Dickinson considera que los humanos solo podemos hacer aproximaciones imprecisas a la palabra o al concepto de naturaleza, nunca a su ser último, a su ser-en-sí, a su noúmeno. La aproximación a ese inalcanzable ser último se produce con los sentidos: primero el de la vista, y para ello se enumeran seres perceptibles con los ojos, incluidos animales: la ardilla, el abejorro. Pero de pronto, y tras la mención del volador abejorro, que se desplaza por el aire, la naturaleza se identifica con algo tan vasto e indefinible como el cielo, ampliando inmensamente el campo de consideración —e incluyendo también el elemento espiritual. Después se regresa a los sentidos, en este caso al del oído, con la enumeración de seres que percibimos por él, incluyendo algunos grandiosos como el mar y el trueno, junto a otros pequeños y cotidianos: de nuevo el tordo charlatán (Dolichonyx oryzivorus) y el grillo. Ya hemos visto que el charlatán es uno de los pájaros favoritos de Emily; el grillo es identificado con el verano (J. 1276), con la alegría o risa de su canto (J. 276) o con el rezo (J. 790). El canto del grillo introduce una nueva definición de la naturaleza, en este caso con un término abstracto: la armonía, que puede entenderse tanto en su sentido musical como ontológico. Pero también esta definición es rebatida, y reducida a aquello que somos los humanos capaces de conocer —algo en sí insuficiente, pues nuestro conocimiento es precario. En la edición de Franklin la última palabra del poema es «Sincerity», sinceridad, en lugar de «Simplicity». En cualquiera de los dos casos, la simplicidad o la autenticidad (sinceridad) de la naturaleza escapan a toda definición humana, y tanto a nuestro arte como a nuestro conocimiento que, en última instancia, no son sino elementos más de ella. Su naturaleza indefinible no impide que nos llene de gozo; precisamente todo lo contrario.
El poema contiene ecos de la concepción puritana de la naturaleza como manifestación visible y perceptible de Dios, y que por tanto participa de sus cualidades, incluida la incognoscibilidad.