Esquinas imprevistas

12,00 Impuestos incluidos

Leocadio Ortega Hernández

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Descripción

ESQUINAS IMPREVISTAS (Poesía reunida)
Leocadio Ortega Hernández
Edición y prólogo de Jorge Rodríguez Padrón
Madrid, diciembre de 2020
Colección Poesía, nº 46
96 páginas, 14 x 21 cm.
Rústica con solapas
ISBN: 978-84-121590-6-6
Precio: 12 euros (IVA incluido)

* * *

EL LIBRO:

(del Prólogo)

No llegué a conocer personalmente a Leocadio Ortega. Dos imágenes, sin embargo, me han ayudado a llegar hasta él. La primera, de 1990: el poeta —tras sus gafas— asiste, como un muchacho aplicado que se dejara llevar, a las palabras que su editora, la también poeta Elsa López, le dedica durante la presentación de “Prehistórica y otras banderas”… De todas formas, se ve que el momento supera al escritor. La otra imagen es la fotografía de Pablo Espantaleón: esa mirada fulminante y retadora, con los ojos que parecen salir de sus órbitas; pero que es, a un tiempo, la de un ser acosado por el mundo, a punto ya de abandonarlo. Es 2007. no llegué a conocerlo personalmente; pero mantuve con él una larga correspondencia (manuscrita, en papel; como debe ser una conversación así): continuada y regular, si bien con paréntesis imprevistos, entre septiembre de 1991 y marzo de 2007. una correspondencia que se hizo amistad. O quiero creerlo así. Ya en el 97, me confiesa: «…estoy acostumbrado a vivir en el fracaso permanente, y eso no me lo puedo permitir». Y ahora que releo sus palabras, me digo: ¿quiénes los radicales: aquellos que, vociferantes, se parapetan tras la primera pancarta que ven pasar; quiénes los activistas, los que lo hacen valer en su currículum, para sacarle rédito a conveniencia? De unos y de otros, quiénes con la capacidad de verdadera entrega que Leocadio Ortega muestra en todo cuanto escribió, a sabiendas de que en ello le iba la vida…

JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN

* * *

POEMAS:

OTRAS BANDERAS

Ya no basta un pequeño esfuerzo para respirar
hemos dejado atrás el viejo resplandor veleta
de las viejas naves que se suceden
con sus correspondientes redes
anemómetros jarcias arpones buriles
y es duro empujar el aire
hacia adentro
con solemne puntualidad
varias veces por nostalgia
hacia adentro
hasta la bajada del reno y del mamut
como en sus mejores tiempos cuaternarios
para que nadie nos rompa la libertad de beso
y nuestras elocuentes banderas salgan a relucir
como aspas a la redonda o sandías alimenticias
tarareando las rebosadas ansias de un júbilo no desierto
entreverado en las arenas de una playa de nunca y siempre
que nos devuelve a nuestra propia condición
de seres simultáneos continuos y enmadejados

inconmensurables así lo dictan los crepúsculos de la aurora
los mismos que nos han visto nacer y desnacer por experiencia
previo lavado común en los unánimes hospitales de amanecida
donde seguro que dios no llega ni por asomo
y surge la gran cuestión desgarradora y simple al mismo tiempo:
¿le faltan ganas algas dalias y agallas a dios?
¿se ha puesto enfermo despistado viejo ciego y olvidadizo dios?
¿o será carencia de fósforo calcio vitaminas nata lo que le sucede a dios?
¿necesitará oídos barbas pelos uñas y dientes postizos dios?
¿le vendría bien un buen trago de aguardiente de la tierra a dios?
¿compartir compota miserias con nosotros tan sólo un ratito a dios?

de todos modos y consumado esta especie de ceremonial en babia
y según las lunas prados y las yerbas
desencajados solos y sin dios ni cielo aire agua vick vaporub ni nada
para seguir bamboleando el azogue de la sombra
en varengaje o maniobra de pájaro abierto
aquí seguimos como acantilado en pie o sed de mantantial
mientras en los dulces pechos de la primavera crecen y vuelan mujeres
como ramitas estremecidas por los nidos de gorriones
que apuntan innumerables el granero de los bosques
calcomanías completas donde surgen compañeros como astros
que duermen subidamente en su puñado de historia
tren de océano río de dragos
según venga la vida y alicientes necesarios.

 

*

VÓRTICE

Con los sollozos no depurados,
con la desesperación
(y desespero de desesperación)
por tanta miseria,
por el estado de ánimo de los enfermos,
por el coste de la vida, me las arreglaré.

No descuido la escritura,
sino a mí mismo.
Los otros saben,
todo el mundo sabe
qué hacer con las palabras.
Yo no soy mi asistente.

¿Acaso debo
aprisionar un pensamiento y
llevarlo a la iluminada celda de una frase?
¿Alimentar oídos y ojos
con bocados de palabras de primera?
¿Investigar la libido de una vocal,
averiguar el valor amateur de nuestras consonantes?

¿Tengo que,
con la cabeza apedreada,
con el espasmo de escribir en esta mano,
bajo la presión de trescientas noches,
romper el papel,
barrer las urdidas óperas de palabras,
destruyendo así: yo tú y él ella lo
nosotros vosotros?

(Que sea. que sean otros más finos)

Pero mi parte que se pierda.