Descripción
EQUÍVOCOS DE ESPEJO
Juan Carlos Fernández Castrillo
Prólogo de Javier Ruiz Taboada
Madrid, octubre de 2023
Colección Poesía, nº 90
72 páginas, 14 x 21 cm.
Rústica con solapas
ISBN: 978-84-127239-2-2
Precio: 13 euros (IVA incluido)
* * *
EL LIBRO:
(Del prólogo)
Por este libro-espejo pasean: pintores en cuadro, músicos que no desentonan,dioses venidos a más, seres venidos a memos, científicos en busca de preguntas, locos de amar, cuerdos de azar, poetas sumergidos en su propio océano, artistas de toda clase y maldición, compositores descompuestos, seres de ultratumba vividos y coleando, personajes varios que el autor saca de las entrañas de los espejos, de sus propias entrañas extrañas. No me atrevería a decir si se trata siempre del mismo espejo, ni que esté tan roto como pudiera parecer o dar por supuesto en un principio. Quizá haya un espejo por pared,una pared por rostro, un cristal por palabra, una palabra para cada brillo y una oscuridad para cada nombre.
JAVIER RUIZ TABOADA
POEMAS:
(extracto)
AYER
¿Por qué buscas aquí tu reflejo?
Dices que no puedes llorar
porque los ojos te traicionan.
Dices que hasta el mar ha muerto
y ya no borra vuestras huellas.
Dices que los pájaros no vuelven,
es verano y están ateridos de frío.
Dices que había un monstruo
adentro y que el deseo lo sabía.
Dices que en algún momento
confiaste en el paso del tiempo.
Dices que la ecuación era falsa,
que la solución no existe.
Dices que solo llorando
se acabará la tiranía del sueño.
Ve tranquilo, tampoco mañana
encontrará en mí su lugar.
*
EINSTEIN
¿A qué velocidad me reconocería
este cristal animado si volviera
a desempañar mis ojos algún día?
Todos sus viajeros no le han concedido
propiedades cualificadas, ni un especial estatus,
solo una paciencia infinita,
si cosa tal existiera.
Lo puedo imaginar intransitivo,
pero él solo puede invertir la escena
y deponer incansable mis conjeturas.
Él morirá en presente,
yo esta tarde me iré a pasear en bicicleta.
*
GEORGE TRAKL, 1914
Si he de darte forma cada día
y abandonarme a la fuerza de la costumbre
—ese mar que escupe
los restos del cotidiano náufrago—
no te miraré más a los ojos,
y te rodearé con las aterciopeladas luces
que la fragancia extraída de la muerte
deja reposar en los crepúsculos
sobre las torpes e impacientes manos
que acariciaron la plata fría
del licor ambiguo de la despedida.
Ni una palabra más, ni un gesto
para engañarte y soportar la vida.