Caballo Mamey

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Enrique López Clavel

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Descripción

CABALLO MAMEY
Enrique López Clavel
Prólogo de Víctor Sosa
Madrid, noviembre de 2020
Colección Poesía, nº 47
72 páginas, 14 x 21 cm.
Rústica con solapas
ISBN: 978-84-121590-7-3
Precio: 12 euros (IVA incluido)

* * *

EL LIBRO:

GALOPES BARROCOS (Prólogo)

Enrique López Clavel es un narrador y poeta cubano que radica hace años en Madrid. El dato de haber nacido en Cuba rebasa lo meramente biográfico o geográfico y establece vínculos sincrónicos con una fértil tradición que supo explorar y enriquecer —como pocas en América— la lengua castellana. Pienso en autores como Alejo Carpentier, Lezama Lima, Cabrera Infante, Severo Sarduy o José Kozer, entre otros. Lo cubano encarnó, ahí, en lenguaje. Un lenguaje que se alimenta del barroco español del Siglo de Oro, pero que expele, en esa antropofagia, hablas, jergas híbridas, jerigonzas, jolgorios de la voz ramificándose en cubanismos, americanismos, barroquismos afrocaribeños que contienen, en su contoneo, un son. Sonoridades rítmicas: características fundamentales y fundacionales de esa escritura insular. Un regodeo, un regocijo de vocablos que, no conformes con nombrar un mundo, lo inventan, lo estiran hasta la extenuación, lo tensan en sus andariveles tan vocálicos como volcánicos.

Caballo Mamey es digno hijo de esa tradición. Una poesía que narra (ya que la poesía es contar y cantar, como quería Machado) y que remeda narrar. Quiero decir: que simula que cuenta. En verdad, lo único que aquí cuenta es el lenguaje, y se trata, claro está, del lenguaje poético. Los caballos cabalgan en ese río-ritmo de palabras y de celebración. ¿Celebración de qué? De su propio decir, de su galope: «yagua guagua guachinango guayacán», o «lanolina afrodisíaca traída de lontananza», aliteraciones que subrayan una intención última de la lengua: su musicalidad —como quería Huidobro— por sobre el unívoco sentido semántico. También paranomasias: «que me he vuelto luna en Aguascalientes, / macilento luno en aguasfrías, / disuelto lunes en aguasespumas», acompañadas de neologismos (luno, aguasfrías, aguasespumas) como reverberos irónicos. Y como en toda buena poesía —insisto— lo que menos importa es lo que se dice, y sí cómo se dice. Enrique López Clavel dice «cachumbambé» —en lugar del hispánico «balancín» o «sube y baja»— porque es más cachondo; porque contiene un plusvalor fonético y semántico, que no contiene el demasiado castizo «balancín», y porque Enrique sabe que la función del poeta es darle todo el poder a las palabras. «Cachumbambé» es un cubanismo que viene a hacer resonar en su rítmica —y recargar de un nuevo sentido— al tan aséptico «balancín». Lo poético, claro, ya está en las palabras de la tribu, y eso lo sabe muy bien este poeta dotado de un sentido privilegiado del ritmo y el oído.

Rescate, sí, de «la poesía de cada día» (recordando a Oswald de Andrade) pero también de la invención: «En el camino que se extiende del encéfalo al esófago / gira como muñeco sin cuerdas mi conejo tozudo / mi algarrobo vertiente». Invención de imágenes, de vocablos, «polisemia de la semántica», como el propio poeta nos propone. Juegos con la jerga científica, con las sonoras ciudades, con la exuberante naturaleza elemental, siempre presente. Todo es rimbombante en este gran manglar de los lenguajes, en esta tropicalia creacionista.

Caballo Mamey —desde su título mismo— postula un híbrido entre el reino animal y el vegetal, entre natura y cultura, verso y prosa, jinete y corcel: centauro al fin de la escritura de invención que Enrique López Clavel nos ofrece como una incitación a galopar y entrarnos más dentro en esos tan barrocos espesores.

VÍCTOR SOSA

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POEMAS:

CABALLITO DE MAR

I

Vine ayer y vine mañana,
justo al atardecer,
justo cuando se empieza a meter la noche por los huesos
y quedo a la vera de los arropables fuegos fatuos.

Entre felpadas cortinas de cañambú
y aire de una chuleta de res
filtraron la noticia que cayó
como huevo ranchero estrellado en las sienes,
como dátiles quebradizos en el tronco de sus palmeras,
como marihuana recién oreada entre dientes.

Cayó la noticia,
amapola en el hocico de venado de cola blanca.
Cayó la noticia y nunca más el río ha hecho silencio.

Un hombre negro ha muerto en el puente,
nació con el pelo rubio en Veracruz,
abandonó el cuerpo de enano en Aguascalientes,
paseaba con sus zapatos de dos tonos en la vereda Charal,
día en el que la tierra merendó
fufú de plátano macho con gandinga,
nubes derrumbadas en manos inexistentes,
palomas que aún transportan entre las alas
un aura sin aurora.

Dicen también que tenía dos soles acristalados
y acomodaditos en las plantas de los pies.
Al salir del vientre de la madre,
venía como viene un cadáver,
y lo mejor fue hacerle chillar con la furia de un fósforo
por no verle atorado entre su gloria y la podredumbre.

Esos ojos que ruedan por las esquinas
buscando el cauce del olvido,
banquete de las carroñas silvestres,
filigrana de duendes sin espaldas
o ¡quién sabe si buscando!
el anhelo del perdón,
el mismo que sale del hígado y va a enroscarse
como arete luengo en la dolencia,
como arado a la oreja que envejece,
como daño al leño que suda
y odia el tinte del carbón.

Esos ojos llevan la noche pegada a sus pupilas.
Son del hombre ahorcado en el puente:
lo sé,
bien que sé de su náhuatl,
de su gracia trepadora, oliente y negrísima
como semillas de tetzapotl
incrustadas más arriba del pico de garzas y cormoranes.

Noche de los ojos que deambulan
del hombre apuñalado en el puente
es pura baba de sapo
que no ama a su rana

¡clok! ¡clak!
¡clok! ¡clak!

Cansados de apegarse,
de rondarse,
de saltar
no añoran cloquear fuera de su cuenca
ni beberse en copas de zapallo
enfermizo y volátiles menesteres,
chupadas aceitunas como ojos de carey.

*

II

Levanto el puño y nazco del sepulcro,
semillas de guásimas adornan como coronas.
Bejuco como majá sale de Monte Igueldo,
bálano que va a liarse dentro de mi boca.

Nariz manchada de fango verdusco,
Catemaco sube por las piernas,
engorda la tinaja lombriz de mar
y planta en la frente un guayabal.

No sé si estoy en Teotihuacán o Veracruz
por el muerto, sierra del Laurel,
mujer dormida y sus pitachos,
me juego conmigo una calavera,
almuerzo de biajaca, tortilla de maíz.

Yagua guagua guachinango guayacán.

Que me he vuelto luna en Aguascalientes,
macilento luno en aguasfrías,
disuelto lunes en aguasespumas.